jueves, 30 de abril de 2009

¡El que falta, multa!

Si mi elefantiásica memoria no me falla, la primera vez k acudí a un concierto con una cantidad de gentes suficiente k me impidiesen observar el escenario, fueron en mis vacaciones semestrales de colegio de hace aproximádamente quince años. Cálculo, sin usar los dedos, que habré tenido 12 ó 13 años. En esas épokas, mi relación con la músika se resumía en un par de regalados cassettes piratas del payaso "Popy" y de los sambos de "Boys II Men", que se mezclaban entre tantos jueguetes oxidados en akella apolillada y recordada repisa de madera.

La otrora desaparecida y extrañada Feria del Hogar fue testigo, pues, de mi tardía inauguración como asistente frecuente a conciertos in live. El grupo k tokaba en esa oportunidad eran para mí unos perfectos desconocidos: los NSQ y los NSC. Mi mejor amigo, y ahora mi eterno angel de la guarda, Luis Eduardo, me propuso ir a ver al feo Romero y compañia. Nuestro status de provincianos monses y púberes de tan sólo 12 ó 13 años nos impedian ir al concierto solos. Así k convencí a mi mamá, k a su vez convenció, perdón, obligó a mi primo Roberto a k nos lleve y nos trajera de la feria. Mi primo, diez años mayor y nada cojudo, nos llevó, pero maldiciéndonos con la mirada. Esa no sólo fue la primera vez k fui a un concierto, sino también la primera vez k tomé un microbus solo, ya que primo, pendejo él, nos dejó solos en medio de la muchedumbre, aduciendo, misteriosamente, un insoportable dolor de muela.

Luego, durante mis époka colegial en la calurosa Talara, recuerdo tres conciertos, (y los únikos), memorables: Pedro Suarez Vértiz llegó a mi pueblo natal, no recuerdo casi nada del concierto, ni ké canciones tokó, lo úniko k recuerdo es k me dediké a puntear a todas las talareñas aguantadas k se avalanchaban por intentar tokar al cantante (tenía quince años, entiéndanlo). Luego, y hasta ahora no entiendo cómo y kién los llevó a Talara, llegaron los morenajes de Proyecto Uno y los marikitas de Los Fantasmas de Caribe, ¡en su mejor momento! Recuerdo la lokura k se armó, y la masiva concurrencia, acudí al concierto de los merengeros, pero confieso k una amebiasis, k casi me manda a mejor vida, impidióme k vaya a ver a los marikitas del caribe.

Ya establecido en Lima, y gracias a un acontecimiento históriko en mi pusilánime vida, las cosas (felizmente) cambiaron: Un cassette de la mejor banda k ha podido expectorar esta sociedad limeña, Leuzemia, k mi broder David había dejado en mi depa en una noche de rones, rones, rones, rones, rones, rones, rones, rones y más rones (y más rones) me metió al mundo subterráneo peruano. Gracias a mister Daniel Valdivia (a.k.a. Daniel F), este monsesazo provinciano descubrió, bien tarde, lo k era el rock and roll. Volvíme un religioso asistente a las tokadas nacionales. Con mi broder Espejito, bajábamos a todas los conciertos o festivales. Vestidos de negro, pelukones, sin afeitar (ósea con 3 pelitos) y con nuestras tabas All Star bambazas. Desde la Noche de Barranco hasta el lejano Huaralino, pasando por Quilca, Ate y demas populosos pero rockeros sectores. Los moretones, chichones, fisuras, heridas, embarradas, ensangrentadas after-pogo importaban poko frente a tanto buen rock y punk nacional.

De esa époka alucinada puedo resaltar un par de inolvidables conciertos que considero de los mejores a los que he asistido jamás: Leuzemia y la Sinfonika Nacional (ambos conciertos) en donde terminé llorando de la emoción, y uno del grupazo Por Hablar en donde también terminé llorando, pero porke mi ojo izquierdo chokó involuntaria pero directamente y a una velocidad nada prudente con un carrasposo y reseco codo en movimiento producto de un pogo brutal y cuasi sangriento.

Luego de mi époka punkeke, y bastante misia pero en la k me alimenté del mejor rock mundial, bajé un poko mis revoloteadas revoluciones. Según mi mamá ya era hora de dejar de ser un mantenido y tenía k buskar trabajo. Así k me corté el pelo, a lo colegial, me saké las pitas y chakiras, y regresé a la vida nomal y rutinaria. Ya no bajaba a las tokadas pero igual asistí a varios conciertos de mis ídolos ochenteros, léase Los Prisioneros, Hombre G, los Enanitos Verdes, Molotov, El Tri, Rata Blanca, etc, etc etc. La trova también me enganchó, con los conciertos de Silvio, Sabina y Delgadillo, y los famosos Trovadiktos con Daniel F a la cabeza.

En gringolandia, me presentaron a grupos amateurs y fui a un concierto-tributo a Johny Cash. Sin embargo por andar hueveando por allá, perdíme acá, casi sin perdón de Dios, los conciertos de Roger Waters, los Soda Stereo, los Doors (aunk sin Morrison ya fueron) y otros más k mi elefantiásika memoria no llega a recordar a estas alturas de la madrugada.

Sin embargo, no había banda o cantante megaimportante k viniera, venían los de siempre u otros ya en decadencia. Lima era la ciudad envidiosa, k miraba, triste y esperanzada, cómo los aviones de las megabandas pasaban por su cielo hacia otras latitudes sudamericanas, sacándonos la lengua y lanzándonos escupitajos flemosos.

Hasta k Dios se acordó de nuestra existencia y se dió cuenta de nuestro eterno sufrimiento. Ahora nos esta alegrando la vida mandándonos lo mejorcito de lo mejorcito, bandas k sólo en nuestros más wildest dreams soñábamos ver en vivo en tierras lorchas: Brian Adams, REM, Travis, No use for a name, Iron Maiden, Kiss, etc. (y esperemos un largo etcétera). Y hoy Oasis. No acudir a estos conciertos es un pekado mortal, imperdonable, inconsebible, incomprensible, inadmisible, inexcusable, incalificable, y todo adjetivo k empieze en in y acabe el able. A la gripe porcina me la porcino.

Así k señores, como diría el gran Daniel F en akel cassette k dejaron en mi depa esa noche de rones, rones, rones y más rones: ¡El que falta, multa!

Update: Gracias Oasis, por darnos una noche simplemente supersónika.

lunes, 6 de abril de 2009

El Drink Team

"Habla pues, ¿la u de Lima o la San Marcos?", me preguntó mi viejo hace más de 10 años en una de nuestras acotumbradas, desesperantes y monólogas charlas que mi progenitor solía darme religiosamente por lo menos una vez al mes. Charlas que resultaban una interminable tortura mezclada con una sobredosis de diasepan para un descarriado y pasivo adolescente como yo, pero k ahora las agradezco eternamente.

Yo acababa de egresar con ciertos cuestionables méritos del otrora colegio Punta Arenas de Talara. Mi condición de ejemplar ex colegial con futuro prometedor dábame la autoridad de elegir mi futura alma mater, la universidad donde pasaría los supuestos próximos 5 años de mi vida (en mi kaso fueron 6 años y medio, por trikero).

Al momento de esa pregunta de rigor, yo encontrábame estudiando en la webeable y socialista pre de la universidad San Marcos, preparándome para ser un exitoso Ingeniero de Sistemas (según yo, el haber pasado exitósamente todos los niveles de todos los juegos de computadoras de la époka, lease Prince of Persia, Starcraft, etc, me hacía un prospecto de Ingeniero de Sistemas, y como a la UNI era, es y será, imposible k ingrese, sólo me kedaba la San Marcos). Sin embargo, mi papá, un frustrado economista, kería k estudie Economía. Mi hermana ya estudiaba en la de Lima, así k la disyuntiva, entonces, se encontraba en ese rango de posibilidades.

Tenía, por lo tanto, menos de 5 minutos para elegir mi futuro. Ser futbolista, musiko y/o actor porno ya estaban descartados por razones anatómikas y biológikas. Así k mirando al techo sin levantar la cabeza, me puse a analizar la situación: elegir una universidad nacional podría asegurarme un carro último modelo o una(s) propina(s) generosa(s), k fácilmente podrían ser las virtuales cuotas mensuales k mi viejo se ahorraría si es k estudiaría en la universidad partikular, pero para mi papá (y para mí) un carro o plata son premios exagerados y superfluos para tan poko esfuerzo, eso sumado a la poka afición k tengo por manejar en esta ciudad polucionada, bulliciosa y llena como es Lima, hacía k el carro no sea una motivación extra. Así k me decidí por la otra univerdad, por los motivos ya mencionados y pork en esa époka, la U. de Lima y mi depa compartían el mismo barrio.

Así pues, ingresé (mucho roche ya no ingresar). Llegé a mi primera clase. Mi hoja de matríkula decía k este acojudado escribidor pertenecia a la sección 116 de toda esa promoción de nuevos y emocionados, agrandados y creídos cachimbos. Entre una muchedumbre de jóvenes pelados, barbones y pintones, y chikas flakas, bronceadas y tirables, encontré mi salon, el C-302 del pabellón de Estudios Generales. Era un lunes, y mi nuevo reloj Casio plateado k mi mamá me había comprado en oferta en Hiraoka, decía k eran las 7am.

El bonito y arrechable paisaje k había visto en los pasadizos, hizome pensar k podría encontrar sikiera una pekeña muestra de esas chikas en mi salón. Sin embargo, y contrariando la lógika, las caras y cuerpos k encontré no eran pues lo k este pelado y aguantado cachimbo había visto afuera. Fue como si la rectora hubiera juntado y metido intencionalmente en un mismo saco a todas las menos agraciadas de toda esa promoción de pitukas ingresantes. Y para terminar de romper mi ilusión, un conjunto de chikos con caras quijonescas, pirañescas y apavadas me miraban pensando lo mismo k yo, ¿dónde mierda están las chikas rikas? (no era difícil pensar k las chikas también se preguntaban lo mismo, pero con más desesperación, con respecto a los chikos).

Si hubiera habido un concurso de belleza, sin suda nuestro salón hubiera okupado el último lugar, sin lugar a reclamos ni apelaciones. Si también hubiera habido un campeonato de fútbol, seguro hubieramos estado entre los primeros (en el clásiko Campeonato Anual de Cachimbos, los penales fallados nos sacaron en primera ronda, injustamente). Pero de lo k sí estoy seguro k hubieramos kedado campeones, y con goleadas de escándalo de por medio, era en el Campeonato de Fulvazo (más específicamente torneos de ron-eadas y punto-g-eneadas), ahí sí no nos ganaba ni Waldir y cía.

Después de un exhaustivo y resakeable casting, encabezado por el chiklayano, se armó lo k fácilmente se hubiera denominado el Drink Team. Los suertudos elegidos eramos una mezcla de muchachones de todos los tamaños y colores (se obviarán sus verdaderos nombres para evitar represalias por parte de las parejas y esposas de los seleccionados): Perrochino, Chupeteyuka, Petete, Aurich (el chiklayano), Jhony Orozko, Aybar, Christian y yo, eramos los titulares habituales. Luego seguían una lista de suplentes, como el Chino, Huicho, Sierra, Pepito, y otros entusiastas postulantes k kerían formar parte del team, pero al primer casting, tiraban la toalla y abandonaban el proceso, previo vomito monumental. Una decisión totalmente entendible.

Así pues, armamos un grupo de descontrolados universitarios, amantes del futbol y el fulvazo. Mi depa era nuestro cúbil y los huecos de Barranco (sí, yo también he ido a Barlovento) nuestros campos de batalla, donde siempre saliamos airosos y victoriosos. Luego, semestres más adelante, ya con la experiencia ganada, nos fusionamos con otros Drink Teams, pero ese ya es otra historia.

Pero como el finadito Lavoe dice: todo tiene su final, nada dura para siempre. La edad, las responsabilidades, los nuevos trabajos, los viajes, y las metidas de pata, hicieron k nuestro Drink Team se desvaneciera, las frecuentes salidas se hicieron menos frecuentes y las cantidades de cerveza se minimizaron. La lógika primó. Cada uno siguió su camino, pero las anécdotas (no te preokupes Chupeteyuka k nunka contaré cuando orinaste mi closet pensando k era mi baño, ni tampoko contaré, Perrochino, cuando te filmamos tirándote a esa gorda lesbiana,) y la amistad siempre estarán ahí.

Justo la semana pasada, nos reencontamos después de muchos meses con algunos de los sobrevivientes de nuestro equipo, ya todos profesionales, más gordos y más feos. Después de chelear, ya en un lugar más decente y caro, y recordar esos tiempo lejanos, llegé a mi casa como casi nunka llegaba en esas épokas, es decir, consciente. Me cepille los dientes, y mirando en el espejo mi boka espumosa y mis cachetes inflados, recordé la pregunta de mi viejo. La respuesta no pudo ser la mejor.

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PD.- Hoy cumples dos meses en el cielo, Luis Eduardo, la vida continúa y hay que disfrutarla. La vida podrá ser mejor o peor, eso no lo sé. Pero lo que sí sé, es que ya no es, ni será, la misma.