Hace aproximadamente kince meses, mis míseros ciento sesenta centímetros de estatura aguantaban, heroicamente, casi setenta kilos de grasas saturadas, incluída una gelatinosa y prominente panza, unas llantazas k se asemejaban a un salvavidas incorporado, una papada k ocultaba y ninguneaba mi manzana de Adan, y unos cachetes de marrano. Es decir, hace kince meses era un res, casi un hipopótamo, un camote con piernas, un paketito, como me bautizaron por ahí.
En sólo cinko años, pasé de talla 28 a 32 en pantalón. De 16 a M en polos. Los cuellos de las kamisas no me cerraban. Tenía 23 años pero aparentaba un señor divorciado y gordinflón. Nada me kedaba bien. Nada. Sin embargo, yo seguía tragando. Total, así me kieren, decía yo. Y sí pues, nose cómo con ese decrépito y calamitoso estado físico, mi enamorada de ese entonces me kería. Sí, estaba con enamorada, créanlo. En esa época, k alguién me de bola ya era caso raro, k estén conmigo era inexplicable. El amor es ciego, dicen.
Es k ser chato y gordo es, tal vez, la peor mezcla física k exista en un ser humano. Analizemos, ser alto y gordo es un gordito rikotón, un peluche, o un fuerzudo vip. Ser chato y flaco puede ser un habilidoso deportista, o un lindo chatito. Pero ¿chato y gordo?, ¿k mierda es eso?, es un deforme total. Un aj.
Lima es la culpable de todo ello. La vida sedentaria, sanguchera y alcoholizada k Lima me regaló, después de acabar el colegio, hicieron k mi cuerpo se metamorfoseara y empezara a crecer horizontalmente, mas no verticalmente, como yo, hasta ahora, sueño. Y lo peor de todo es k frente al espejo yo me veía flaco y musculoso. Es decir, era un anoréxico de la gordura. Pero la verdad es k me estaba afeando, estaba feo, era un feo. La atracción k alguna vez tuve, si es k la tuve, había desaparecido. Mi chika, terminándome, me lo hizo saber.
Con esos numerosos kilos en mi haber, viajé a gringolandia, de donde mi hermana, una chika flaca y patilarga, había regresado con casi diez kilos de más. Osea, los pronósticos y predicciones sobre mi futuro peso eran de los más pesimistas. Daniel va regresar hecho un Zambo Cavero, pensaban todos.
Casi medio año después regresé, y ni mi mamá me reconoció. Los campeonatos de fútbol, un gimnasio gratis, la tristeza, la ausencia de cervezas y whiskies, un menú diario conformado por frijoles y sopas Ramen, y mi autoestima, habían hecho k este humilde servidor pierda, como por arte de magia, trece kilos. No había crecido ni un puto milímetro, ni un ápice, ni un carajo, pero había perdido trece kilos. Ahora pesaba 57 kilos. De viejo gordinflón pasé a ser un risueño kinceañero. Tuve k conseguirme correas nuevas para k no se me caigan los pantalones, y regresar a la sección niños a comprarme ropa.
De eso ya han pasado tres meses, y otra vez Lima, la horrible, me está pasando factura. Acá no hay gimnasios gratis, ni juego pelota seguido, la comida criolla y casera es irresistible, y las cervezas son el pan de cada fin de semana. Sesenta y dos kilos avalan, desgraciadamente, mi afirmación.
Pero esta vez no se repetirá la historia. A partir de mañana el Pentagonito será mi point diario; las gaseosas, las chomp y las markesitas de vainilla desaparecerán de mi menú; el agua y las galletas de soda reemplazarán al alcohol y a los sanguchones; y las vainitas y lechugas serán mis mejores amigas.
¿Gordo otra vez?, ¡'ta 'on, nikagando!.
Hace 6 días.